La diferencia entre “Lonccos” y “Ccalas” no estriba en que unos sean pobres y los otros ricos, ni mucho menos en que sean de diferente raza o color de piel. Dichos términos se empezaron a utilizar desde el tiempo de la colonia, cuando la población era homogénea, la mayoría eran españoles o hijos de españoles nacidos en Arequipa, solo que mientras unos eran gente del campo que se dedicaban a la agricultura, los otros eran citadinos o sea gente de la ciudad. Estos últimos llamaban en forma despectiva “Lonccos” a los del campo por ser rudos, mientras que los campesinos llamaban en forma despectiva “Ccalas” a los de la ciudad, por tener maneras refinadas. Con el devenir de los tiempos esas diferencias han ido desapareciendo y el arequipeño se ha homogenizado, teniendo como producto al actual arequipeño characato de pura cepa.

LONCCOS: los del campo, los de habla cantada y versada, sombrero de paja y ala ancha, camisa blanca cual chalán. Sobre el caballo un héroe, un mito, un ser que admirar, un caballero curtido por el sol eterno de estas tierras.

Hecho a fuego de rocoto, chicha de jora, picante de conejo, cuy chactao, leche de vaca purita, recién ordeñada. Hecho en campiña verdecita, de buena gente, rojas cebollas, grandes ajos y el Texao; la papa oriunda de estas tierras para el pastel. El queso con leche nuestra, con manos nuestras para el soltero para el cauche.

Hecho de pelea de toros, grandes bestias amadas por sus dueños, entrenadas para la lucha sin cuartel. Bestia contra bestia entrelazan sus fuertes cachos una y otra vez. Muestran en su arte la fuerza de su sangre, de sus dueños, de su tierra.

CCALAS: los de la ciudad blanca. Fuego en su sangre, promotores de revueltas, leones del sur, intelectuales, hombres cultos, honor en sus nombres, linaje de antaño, recuerdos de héroes, de lucha, de busca de paz con pan, poetas.

Hechos como el sillar de sus volcanes a fuego. Hechos como la blancura de sus templos fuertes puros, prestos a aprender a defender lo que es suyo.

Lonccos y Ccalas orgullosos de sus pasos, de su verbo, diferencian sus latidos por el canto de sus voces arrulladas por su río, comparten un mismo sueño, un mismo amor, una misma cuna, un mismo orgullo.